ADULTOS MAYORES HOMBRES: UN MUNDO PROBLEMÁTICO

                                                               José Nagel

 

La situación de los hombres adultos mayores es un tema sobre el cual hay información parcial y muchas interrogantes a pesar de constituir un grupo significativo y en crecimiento.

Según el Censo 2017 se trata de 1.304.000 hombres mayores de 60 años y de los cuales 305.000 tienen más de 75 años. Hay pocas investigaciones sobre sus condiciones de vida, sus motivaciones y los problemas que enfrentan. Es claro, eso sí que, compartiendo con las mujeres muchas de las dificultades de la tercera edad, tienen otros problemas que son especialmente relevantes.

Talvez la diferencia principal estriba en la forma en que los hombres resienten la finalización de su vida laboral y las consecuencias que ello les acarrea. A partir de los 65 años se les produce una progresiva salida del mundo del trabajo. Un estudio de la Universidad Católica sobre trabajo y personas mayores en Chile, muestra que, entre 65 y 70 años, aproximadamente la mitad de los hombres aún se encuentra trabajando. La proporción disminuye significativamente en el quinquenio siguiente en el cual sólo un tercio de los hombres trabaja. Sobre los 75 años no hay cifras claras, pero la presunción y los estudios cualitativos muestran que sólo una escasa cantidad continúa ligado al mundo del trabajo (1).

En gran medida, el hombre ha definido su identidad y su seguridad en torno al rol otorgado por el mundo laboral. Ello le ha dado sentido a su vida, ha llenado su tiempo y en muchos casos, le ha permitido afirmar el rol de proveedor principal en la familia entregándole una seguridad adicional.

Cuando se produce el abandono del mundo laboral, muchos hombres sienten que aquello que les  permitía ser considerados como “importantes” ha desaparecido. A la vez, se ven enfrentados a la necesidad de redefinir el uso del tiempo sintiendo la carencia de actividades significativas. En algunos casos, ello se produce satisfactoriamente y se abren nuevos campos de actividad sea de tipo intelectual o manual las que permiten reorganizar una vida que cada vez más se reduce a la casa y al entorno inmediato.

Pero, los estudios cualitativos muestran que, en una cantidad importante de casos, no se produce esa redefinición de manera satisfactoria y más bien hay una involución que origina rutinas con escaso sentido de trascendencia y una reducción del espacio físico y social por cuanto la mayor parte de la actividad se concentra en el mundo doméstico.

Se produce, así, una sensación de pérdida y de minusvaloración y una progresiva disminución de motivación para participar en redes sociales. Esto, aparentemente, es mucho más acentuado que en el caso de las mujeres las que se adaptan de mejor forma a la nueva situación y la aceptan sin que se produzca la sensación aguda de ruptura que experimentan los hombres. Quizás por su experiencia de toda la vida en que han tenido que asumir el doble rol de trabajadora y dueña de casa.

Paralelamente, se produce una reducción significativa de los contactos y la participación en redes y actividades sociales. La información disponible permite señalar, por ejemplo, que la participación de los hombres mayores en actividades tales como talleres, cursos o círculos de encuentro, es muy minoritaria con respecto a las mujeres. En un estudio hecho por nosotros, en conjunto con la Universidad Mayor, (2) encontramos que en los talleres de la Caja de Compensación Los Andes, la participación de hombres era sólo del 8,2%. Y como resultado de esto mismo, en una especie de círculo vicioso, los temas de los talleres estaban orientados, casi exclusivamente, a público femenino. Observaciones hechas con respecto a participación en los clubes de adulto mayor de los municipios muestran también que, por ejemplo, en las directivas es raro encontrar un hombre.

Por otro lado, si bien no hay cifras que lo avalen, algunos estudios de casos muestran que la participación en redes virtuales de los hombres es considerablemente menor que la de las mujeres las que se integran más fácilmente a chats y grupos de WhatsApp y establecen circuitos de comunicación cotidianos manteniendo así cercanía con sus amigas y familiares.

Todos estos factores llevan a pensar que el sentimiento de pérdida del término de la vida laboral es más fuerte en el caso de los hombres. A esto se une una escasa participación social y el debilitamiento de lazos afectivos con grupos de personas más allá de su entorno inmediato y doméstico. Pérdida, soledad y sensación de inutilidad son, así, tres sentimientos que se mezclan y dificultan la felicidad en esta etapa de la vida.

Hay aquí un doble desafío. Por una parte, para los investigadores, la necesidad de estudiar más en profundidad la situación de los hombres adultos mayores. Y por otra, para las autoridades y las instituciones, el deber de generar mecanismos de apoyo hacia un grupo hasta hoy carente de prioridad en las políticas sociales.

 

Referencias:

1)      Centro UC Estudios de Vejez y Envejecimiento. “Trabajo y personas mayores en Chile: Lineamientos para una política de inclusión laboral”. Santiago, 2018.

2)      Centro de Estudios U3E, Universidad Mayor. “Personas mayores, envejecimiento activo y calidad de vida en actividades de la Caja Los Andes” Santiago, 2017.

Comentarios

  1. Parece muy apropiado el realizar una reflexión profunda sobre la calidad de vida de los adultos mayores hombres. Han tenido, en general, una mejor experiencia laboral que las mujeres en cuanto a remuneraciones, puestos de poder, prestigio y visibilidad pública. Y, paradójicamente, una vez terminada la vida del trabajo, se encuentran en una situación, al parecer, peor, más deteriorada, que la del grupo etario femenino.
    Es esta paradoja la que, a mi parecer, necesita ser estudiada.
    El autor reconoce que la vida del hombre se ha centrado primordialmente en su trabajo y que la jubilación, lejos de producir júbilo, les produce una sensación de pérdida.
    Por ahí, creo, va el camino de la explicación.
    Una sociedad que separa tan fuertemente el "hacer" del hombre y de la mujer, va a producir estos efectos.
    Si es la mujer la que ha tenido siempre dos trabajos: el doméstico y el remunerado, por supuesto que va a adaptarse mejor cuando falte uno de ellos. No ocurre así con el hombre.
    Si el varón no ha participado, y a veces, despreciado, el trabajo doméstico, obviamente se sentirá desgraciado en su casa.
    Si su "vocación" ha sido llegar a puestos de poder, no se sentirá reconocido en situaciones horizontales como son las actividades sociales de centros de adultos.
    En fin, tal vez, una sociedad menos machista y más igualitaria ayudaría a liberar a los hombres y a hacerlos más felices al final de su vida.

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