MARGINACION FAMILIAR Y MUERTE SOCIAL EN ADULTOS MAYORES.

                                                                               José Nagel

                                                                                                                      

Existen escasos estudios que analicen en profundidad el fenómeno de la marginación a nivel familiar y el inicio de la muerte social en adultos mayores. No obstante, parece ser un fenómeno frecuente, que se produce de manera sutil y que tiene graves consecuencias para el bienestar y la salud mental de las personas mayores.

El término “muerte social” tiene su origen en la bioética y se utiliza para referirse a aquel fenómeno mediante el cual la persona deja de pertenecer a su entorno social por razones diversas que van desde una enfermedad grave o pérdida de capacidades cognitivas hasta el abandono, la soledad o la marginación ejercida por quienes conviven con él. Implica una pérdida de relaciones sociales y de valoración de su existencia por parte de los otros.

Sin embargo, este fenómeno puede también manifestarse en situaciones de relaciones sociales “normales” en las que, por razones diversas, ciertas personas terminan siendo marginadas y pasan a ser prácticamente inexistentes.

En el caso de los adultos mayores se pueden tipificar, al menos, cuatro situaciones en que esto se produce.

 La más evidente, es la causada por enfermedades inhabilitantes que impiden la comunicación tales como el Alzheimer avanzado, la demencia o un coma prolongado. En ese caso, no hay una responsabilidad o causa originada en el entorno social por cuanto se produce por motivos de origen físico o mental que no son imputables al medio ambiente y que, normalmente, no son reversibles. En la mayoría de los casos, esta situación no es sentida por la persona por cuanto sus capacidades están limitadas y carece de conciencia del problema

Diferentes son las otras tres situaciones en las cuales hay plena conciencia de parte de la persona que sufre la marginación. La primera se refiere al caso de los residentes en casas de reposo que han sido “depositados” por sus familiares y que quedan al cuidado de terceros con los cuales no hay relaciones afectivas. En estos casos, es común el hecho que la frecuencia de los contactos con familiares empiece a ser cada vez más ocasional y alejada y la visita sea sentida, más bien, como una penosa obligación. Paulatinamente, la persona es borrada del cuadro de relaciones familiares y finalmente su presencia es percibida solo como una sombra del pasado. En muchos casos, tampoco esa persona logra entablar relaciones o construir redes dentro del lugar en está confinada. Y el tiempo, para ella, termina siendo una lenta espera de la muerte física.

En otros casos, el mismo fenómeno se da con las personas que viven solas, que tienen contactos familiares poco frecuentes y que tampoco entablan relaciones cercanas con vecinos ni participan en instancias colectivas. Estas personas, a veces, terminan desapareciendo del imaginario social y solamente son, nuevamente, objeto de atención cuando se produce una enfermedad grave o un evento catastrófico. Pero, en el hecho, como actores sociales han desaparecido.

Pero talvez, hay otra situación en que se producen procesos que podrían denominarse como  “muerte social” que es más preocupante porque se da en la relación cotidiana y, por lo tanto, la marginación pasa casi inadvertida. Esto ocurre, con frecuencia, al interior de los hogares en el caso de adultos mayores que viven con sus hijos o con parientes que los reciben en sus casas. Allí, la persona mayor no está físicamente aislada y, aparentemente, tiene una inserción normal en el entorno familiar

A partir de algunas entrevistas en profundidad, realizadas a adultos mayores, es posible reconstituir un proceso lento y prolongado de deterioro de la consideración social de las personas mayores dentro del entorno familiar.  Y hay varias situaciones en que ello se manifiesta.

Una es la participación en la conversación familiar. Con frecuencia, paulatinamente el “abuelo” empieza a dejar de ser escuchado y su participación en la conversación cotidiana va progresivamente disminuyendo. Su conversación se siente como poco interesante, desfasada de la actualidad o con un punto de vista distinto que, a juicio de los otros es revelador de que hay fenómenos que ya no comprende. En una fase inicial, es escuchado con alguna condescendencia cuando interviene en lo que, normalmente, es un diálogo entre gente más joven. Terminada su intervención, la discusión sigue en el punto que estaba antes de que el “abuelo” hablara y su opinión queda entre paréntesis. En una fase más avanzada, el abuelo pasa a ser un espectador de los diálogos y sus silencios son cada vez más prolongados. Finalmente, esto se instaura como un modo normal de conversación en la familia en la cual son los padres y los hijos o los primos quienes opinan o cuentan sus experiencias mientras el o los mayores, permanecen en silencio.

Una situación parecida se reproduce cuando hay eventos o celebraciones en familias extendidas o grupos más amplios de amigos cercanos. Allí, es normal la diferenciación por grupos que se estructuran por edades. Mientras haya varios adultos mayores la situación no es notoria como discriminación por cuanto hay un grupo de “abuelos” o “tíos” de edad avanzada que comparten entre ellos. La situación cambia cuando se trata solo de una o dos personas las que quedan aisladas o, si están dentro de un grupo, se repite la situación mostrada antes al interior de la familia con las personas mayores en silencio.

Otra realidad más cruda se da en familias en las cuales la persona mayor permanece en su pieza mientras se produce un evento social. Los padres o los hijos tienen invitados y en esa invitación no está incluido el abuelo que vive con ellos.

En una situación más extrema, hay adultos mayores que terminan, normalmente, recluidos en su dormitorio y cuya participación y diálogo con su entorno familiar es casi inexistente. Esa es una forma de marginación que conduce inevitablemente a la muerte social. La persona ya no es lo que fue, su opinión ya no cuenta y su interacción con otros se reduce al mínimo. Y, habitualmente, no es que se haya extinguido el lazo afectivo, sino que lo que va desapareciendo es la relación social.

Lo más preocupante es que estos procesos de marginación familiar se producen muy a menudo de manera velada y no son relevados por parte de quienes los ejercen, Hay una suerte de inconciencia en el proceso que lo hace más dañino y peligroso y que termina por hacer que nadie reaccione para buscar una corrección o mejoría.

Así, el proceso de marginación familiar y muerte social de los adultos mayores parece ser más frecuente de lo que se percibe y, por lo mismo, debería ser objeto de mayor atención tanto de los especialistas como de los terapeutas familiares. Para ello es importante profundizar en el fenómeno mediante estudios más detallados e imaginar mecanismos y formas de apoyo que permitan el desarrollo de una conciencia generalizada sobre el tema.

 

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