ADULTO
MAYOR: LA MAYOR DISCRIMINACION
Carta abierta a los convencionales de 100 profesionales y académicos adultos mayores
SOMOS MUCHOS
Somos la minoría más numerosa. Y
lo seremos más aún en breve plazo. Hoy somos casi el 20% de la población y en
breves años nos aproximaremos al tercio. Somos más que todos los pueblos
originarios sumados. Y por supuesto, más que todas las minorías que hoy
reivindican sus derechos.
Hemos construido este país que
hoy los jóvenes heredan. Con sus virtudes y defectos, pero con gran sacrificio
y entrega. En esa tarea hemos ganado experiencia y sabiduría y hemos dejado lo
mejor de nosotros.
Hoy, sin embargo, aquello no es reconocido.
LA DISCRIMINACION.
No es tema de meros sentimientos
sino de realidades objetivas.
Se expresa primero a nivel de las
imágenes y representaciones sociales que nos muestran como personas
disminuidas, incapaces e incluso infantiles. La vejez es vista como una etapa
de decadencia y de pérdidas, y no como sabiduría y prudencia. El “edadismo” se
ha impuesto y permea todas las relaciones, imágenes y mensajes sociales.
Y esto se expresa no sólo en las
pensiones, sino que en el acceso al trabajo, en las instituciones, en la
economía y en las leyes.
Quizás, el único ámbito en el que
se ha creado conciencia pública sobre la discriminación a los mayores es en el
tema de las pensiones, y en la necesidad de hacer real el derecho a un descanso
digno al final de la vida.
Pero hay otros aspectos, tan
fundamentales como aquél, en los cuales los mayores permanecen ocultos a la
conciencia pública.
Hoy, tener más de 60 años
constituye un factor negativo en el acceso a la salud. Las ISAPRES toman todas las
precauciones para evitar a estos molestos clientes y, si no pueden hacerlo, se
recompensan con tarifas elevadas y usurarias.
Así también los bancos buscan evitar el “riesgo” que
conlleva tener clientes de avanzada edad evitando otorgarles tarjetas de
crédito, abrirles cuentas y, por supuesto, darles créditos de cualquier tipo. No
hay normativa que así lo establezca, pero es lo que ocurre.
Cuando queremos transferir un bien y vamos a notaría no
podemos hacerlo, a menos que llevemos una constancia psiquiátrica de que
estamos en pleno goce de nuestras facultades mentales. Esto, aunque les probemos
que somos investigadores, profesores universitarios, científicos o hábiles
empresarios.
En ciertos municipios tenemos
dificultad para renovar la licencia de conducir por cuanto se cree que pasada
cierta edad somos un peligro al volante, aunque las estadísticas digan exactamente
lo contrario.
Si queremos permanecer en el
mundo del trabajo, sea porque lo necesitamos urgentemente o por continuar
nuestra vida laboral, encontramos muy serias dificultades para hacerlo. Salvo
algunas honrosas excepciones en el mundo del retail, no hay oferta de trabajo
para personas mayores. Y más aún, hay barreras muy serias para acceder a
cualquiera posición laboral. A los prejuicios sobre las personas mayores se
suma la creencia de que podrían ser más caros que los jóvenes y la falta de
reconocimiento al aporte que significa la sabiduría que entrega la experiencia.
No existen, como en países desarrollados, políticas que incentiven el acceso de
los mayores al trabajo, ni tampoco iniciativas para aprovechar su saber, su
amabilidad y su experiencia. Y eso que un tercio de las personas de entre 65 y
70 años declaran que les gustaría seguir trabajando. Y entre los que están trabajando,
la mayoría quiere seguir haciéndolo.
EL ABANDONO
Pero la peor situación la sufren
aquéllos que, por pobreza o carencia de familiares y de lazos sociales, viven
los últimos años de su vida en la soledad y el abandono. Muchos, solos en la
indigencia silenciosa, y otros, abandonados por sus familias en casas de reposo
insuficientes y mal atendidas. Y, en el mejor de los casos, asistidos por hijas
que sacrifican su propia vida por ellos. Y sin defensa jurídica alguna que
obligue a sus familiares a auxiliarlos cuando ya no pueden sostenerse solos.
Aquí estamos ante un grupo de
víctimas silenciosas, incapaces de levantar la voz y de reclamar sus derechos.
EL ESTADO Y LA SOCIEDAD EN DEUDA
En el actual ordenamiento
jurídico casi no hay lugar para los adultos mayores. La Constitución no hace
mención clara a sus derechos, las leyes no contemplan la mayoría de las
situaciones de daño, maltrato o abandono, y tampoco las obligaciones de las
familias y del conjunto de la sociedad hacia ellos. Si bien la discriminación
es parte de la vida cotidiana, la institucionalidad no parece darse cuenta de
ella.
QUÉ PUEDEN HACER LOS CONVENCIONALES.
Es evidente que, al igual que en
otros campos, las soluciones no dependen totalmente de lo que se dictamine en la Constitución, sino que son
materia de políticas públicas y compromisos gubernamentales. Sin embargo,
también es cierto que se abrirá un camino muy diferente si en la Constitución
se establecen claramente los derechos de los adultos mayores y la obligación
del Estado y de todas las instituciones, públicas y privadas, de hacerlos
realidad.
Por ello, creemos que, al menos cinco
principios deberían quedar consignados en la nueva Constitución.
1.
Las personas mayores, sujetos de derechos y
libertades: la constitución debería incluir explícitamente la obligación del
Estado y de la sociedad de respetar los derechos de las personas mayores en
todos los ámbitos de la vida pública y en las actividades privadas.
2. La
plena capacidad jurídica: debería garantizarse el respeto a la plena capacidad
jurídica de los adultos mayores, a menos que, como en el caso de cualquier
ciudadano, hubiera pruebas de limitantes que lo impidan.
3.
El trato digno: se debería incluir la afirmación
del derecho del adulto mayor al trato digno, y al goce de la plena autonomía
social, jurídica y política.
4.
El acceso a bienes y servicios esenciales:
debería establecerse la obligación del Estado de garantizar el acceso de las
personas mayores a la salud, el bienestar y a un nivel de vida que permita
cubrir las necesidades esenciales.
5. El
trato igualitario: debería establecerse la prohibición absoluta de discriminar
por razones de edad a los mayores, sea en actividades e instituciones públicas
y privadas como en la participación en actividades económicas y sociales de
cualquier tipo.
UN GRUPO SILENCIOSO Y UNA DEUDA PENDIENTE
Posiblemente, no haremos desfiles ni manifestaciones que atraigan
la atención pública.
Tampoco “rodearemos la Convención”.
Pero somos una
realidad que clama desde su silencio y con la cual el país tiene una deuda
gigantesca.
Es hora de saldarla.
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