DETERIORO COGNITIVO EN ADULTOS MAYORES: ¿QUE ES?

                                               José Nagel, Investigador Cendec

El deterioro cognitivo leve (DCL) en los adultos mayores es una realidad muy extendida, que afecta a gran cantidad de personas y que se advierte, generalmente, en el contexto familiar. Por esto, es importante que quienes conviven con personas mayores que tienen este problema puedan comprender de qué se trata el fenómeno, aprendan a identificarlo y sepan como comportarse con la persona que lo sufre.

¿Qué es?

La cognición se entiende como el funcionamiento intelectual que permite interactuar con el medio en que la persona se desenvuelve. Ello nos permite mantener una conversación, ubicarnos en el tiempo y el espacio, recordar acontecimientos lejanos y recientes, responder adecuadamente a los estímulos externos y, como consecuencia, integrarnos satisfactoriamente al medio social en el que nos encontramos.

Es importante saber que, como resultado del proceso normal de envejecimiento, se produce una disminución de algunas funciones cognitivas pero esto no constituye una patología. Ello se manifiesta en olvidos ocasionales, en dificultad para encontrar palabras, en mayor lentitud de reacciones o en menor velocidad para desplazarse o realizar las actividades cotidianas pero no interfiere en la vida normal ni en las interrelaciones sociales. Esto, casi todas las personas de edad lo experimentan.

Distinto a lo anterior es lo que se conoce como Deterioro Cognitivo Leve (DCL) que implica un proceso de mayor profundidad y extensión y que puede agravarse si no se detecta oportunamente. Sobre este fenómeno hay poca evidencia estadística por cuanto, en la mayoría de los casos, se manifiesta al interior de las familias y es muy difícil de captar por la institucionalidad de salud o por quienes realizan investigaciones.

El deterioro cognitivo se produce paulatinamente y es por ello que plantea dificultades iniciales de identificación y diagnóstico e impide, con frecuencia, tener respuestas adecuadas en la interacción con la persona que lo sufre. No se enfrenta una situación de “demencia” sino de deterioro que implica debilitamiento y pérdida paulatina de determinadas capacidades como la memoria, la ubicación en el espacio o el reconocimiento de personas no cercanas. En algunos casos, ello puede ser el inicio de un Alzheimer pero, en otros, se trata de un deterioro que puede ser manejado, retrasado e incluso detenido.

Un tema que acompaña al deterioro intelectual es el problema emocional que genera y que constituye, con mucha frecuencia, un serio punto de conflicto con las personas que conviven con él. Al parecer, la percepción que la persona tiene de sus limitaciones y dificultades le genera estados de angustia que se pueden expresar de manera diferente. En algunos casos, pueden ser el detonante de una depresión y en otros la causa de un cambio en el modo de relacionarse con sus cercanos. Es frecuente que la persona tenga respuestas agresivas, ataques de ira o, simplemente sentimientos de amargura o decepción por cuanto percibe el deterioro que le afecta y siente que no puede manejar la situación. A la vez, se da cuenta que quienes lo rodean lo tratan de manera diferente haciéndolo sentirse en una posición disminuida.

El problema se agrava por cuanto, con frecuencia, los familiares modifican efectivamente su modo de relacionarse, sea marginándolo de actividades, minusvalorando sus opiniones o respondiendo con molestia o ira a sus preguntas u observaciones. Y esto termina intensificando el trastorno emocional y generando un ambiente familiar que no es en absoluto favorable para un adecuado manejo del problema.

Los síntomas, ¿En qué fijarse?

El proceso tiene etapas y los familiares deben estar preparados para identificarlas. Por todo ello, es clave que quienes se relacionan o están a cargo del cuidado de un adulto con deterioro cognitivo tengan la información necesaria para saber reconocer los síntomas y desarrollar una estrategia conductual adecuada. Y aquí estriba gran parte de la posibilidad de manejar la situación y de apoyar efectivamente a la persona.

 Con frecuencia, es más posible que la existencia de deterioro sea captada más bien por quienes conviven diariamente con la persona que por el geriatra que la atiende. Porque es en el diario devenir que se empiezan a manifestar los síntomas.

El primer indicio son los olvidos. Ello se manifiesta en pérdidas de objetos, en llaves abiertas o en cosas guardadas imposibles de volver a encontrar. Luego, la incapacidad para recordar hechos recientes manteniéndose, en cambio, la memoria lejana.

Luego la reiteración de la misma pregunta en una conversación o el relato reiterado de un mismo hecho o situación. Se añade a ello la confusión de tiempos, personas, hechos y lugares.

Con frecuencia, también, la persona empieza a experimentar angustia cuando la llevan fuera de su casa. Más tarde, se desorienta y se pierde, incluso en su lugar habitual de residencia.

 En ciertos casos, también, se manifiesta una especie de descuido personal sea en el aseo o vistiéndose inadecuadamente, incluso delante de gente extraña.

Las reacciones airadas, aparentemente sin motivo, con las personas más cercanas son también un indicador importante del avance del deterioro. Con frecuencia la persona atribuye intenciones agresivas a quienes lo cuidan o siente que lo minusvaloran. Y la respuesta es de enojo y molestia.

Es normal que estos síntomas no se presenten todos de manera simultánea o en forma muy acentuada y evidente Por ello quienes se relacionan con la persona que sufre el deterioro deben contar con la suficiente información y tener la capacidad de observación como para ir prestando atención a las conductas anormales, aunque sean leves.

 

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