MIRANDO EL OBITUARIO

José Nagel, Investigador Cendec.

En múltiples entrevistas realizadas a mayores de 75 años aparece, de manera reiterada, la mención al hábito de revisar diariamente el listado de defunciones que publica el periódico. Al preguntar por las razones para ello, surgen varios ámbitos que hacen referencia al modo en que el fenómeno de la muerte empieza a hacerse presente en la vida de las personas.

La revisión cotidiana del obituario hace patente el hecho de la paulatina y sostenida desaparición de personas con las que se ha mantenido algún contacto o que son conocidas por su presencia pública. Se desarrolla, por ello, en algunos adultos mayores, hasta una cierta obsesión por estar al día en la información acerca de quienes se van. Incluso, algunos confiesan que mantienen un listado de los conocidos que han fallecido. En la base de estas conductas, subyace la sensación de que el mundo se está desvaneciendo, que se vuelve cada más ajeno y que las relaciones que se tejieron durante la vida activa se debilitan y desaparecen.

Por otra parte, esto genera otras reacciones. Junto al creciente sentimiento de soledad hay, en ciertos casos, la sensación de ser un “sobreviviente” de haber sido capaz de superar la barrera frente a la cual otros han fracasado. En comparación con otros que se van yo tengo más salud, más fortaleza y, por consecuencia más vida. Mis redes se estrechan, pero sigo existiendo.

La preocupación por el obituario tiene también otra causa. Llegada cierta edad la inminencia de la muerte pasa a estar presente de manera creciente. Aquello que siempre se miró como algo lejano, que sabíamos que existía pero que no era una realidad inmediata, se convierte, ahora, en una presencia cercana. Muchas personas manifiestan que no hay día en que, por diversas razones, no piensen en la muerte.

Esa conciencia del fin de la vida es, sin embargo, diferente, de acuerdo a la situación de las personas. En el caso, por ejemplo, de quienes terminan sus días en una casa de reposo hay, con frecuencia, una resignada actitud de espera solo matizada por pequeñas alegrías provenientes de la presencia ocasional de familiares que los visitan. Claro que, por lo demás, ellos no son los que revisan habitualmente los obituarios.

Diferente es el caso de quienes mantienen una vida activa. En algunos de ellos la sensación predominante es la de la escasez de tiempo para realizar ciertas cosas y la necesidad de hacerlas “ya ahora” porque después será más difícil o imposible. Por ejemplo, en los niveles de mayores ingresos se hace presente la pulsión por realizar viajes o comprar bienes o artículos que siempre la persona quiso tener.

Adicionalmente, empieza a aumentar la frecuencia del pensamiento acerca de lo que ocurrirá cuando “yo ya no esté”: que será de mis hijos, de mis nietos de mis hermanos. Es en esa etapa en que, quienes disponen de bienes, piensan en hacer testamento para dejar las cosas arregladas y evitar situaciones de conflicto después de su desaparición.

Por supuesto, la aparición de enfermedades es, en la mayoría de los casos, detonante del desarrollo de pensamientos sombríos. Y en la edad avanzada las enfermedades son una realidad omnipresente. Pero diferente son los casos de cuando se trata de enfermedades muy graves que comprometen la vida o de dolencias diversas que acompañan al cuerpo en la medida en que avanza la edad.

Frente al segundo caso, hemos podido detectar dos actitudes. Por una parte. la de aquellas personas mayores que interpretan estos síntomas como un anuncio del fin futuro. Y, por otra, la de aquellos que deciden convivir con las dolencias destacando que no se trata de un anuncio de la muerte sino de una “condición normal” para la edad que tienen. Esto puede condicionar dos maneras distintas de vivir el presente. En un caso con una visión sombría y amenazante y, en el otro, con la sensación que, a estas alturas de la vida, es una situación que no impide llevar una vida normal, con proyectos, anhelos y esperanzas.

Y, entre quienes ha tenido una experiencia religiosa se produce, también, a menudo, una profundización de sus creencias y un aumento de la frecuencia de la asistencia a los templos en la búsqueda de un contacto más cercano con el más allá y la espiritualidad.

Así, en esta etapa, la dualidad “prolongación de la vida-presencia de la muerte” se puede vivir de maneras diferentes dependiendo de varios factores. Los más significativos son el contacto familiar y social, el estado de salud, la experiencia vital anterior y el nivel socioeconómico y educativo.

Mayor contacto social, buena salud, una vida anterior satisfactoria, un alto nivel educativo y  disponibilidad de recursos son elementos que pueden contribuir a enfrentar la dualidad muerte-vida de manera más positiva.

Sin embargo, también, a pesar de no tener la fortuna de disponer de estos atributos, es también posible enfrentar positivamente esta etapa a condición de disponer de una alta capacidad de resiliencia y de una fortaleza anímica considerable. Y a esto, sin duda puede contribuir la actitud de quienes conviven diariamente con la persona.

Claro que, probablemente, nada impedirá que continúen revisando el obituario que es un mudo testigo de la realidad de esta etapa de la vida.

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