TERCERA Y CUARTA EDAD: UNA NECESARIA DIFERENCIACION

José Nagel, Investigador Cendec

Hoy las personas viven mucho más tiempo. Durante los últimos años se ha producido un aumento muy significativo de la esperanza de vida como resultado del mejoramiento de las condiciones sanitarias y de la alimentación. Es así como una proporción cada vez mayor de la población vive más años y con mejor calidad de vida que en siglos anteriores.

Hace cien años una persona de 65 años era una anciana. Hoy no lo es. Hace cien años, la proporción de personas que vivían más de 80 era mínima. Hace cincuenta años, una persona de 65 años ya había dejado de trabajar y sus perspectivas de vida eran muy reducidas.  En esa época, también, las condiciones de salud de la población mayor de sesenta años eran muy deterioradas. El conjunto de dolencias producto del desgaste de materiales que significa el vivir se manifestaban a una edad mucho más temprana que hoy. Podemos decir que, de alguna forma, el deterioro se ha postergado y la juventud se ha prolongado.

Como resultado de todo ello, ya no podemos considerar como un solo gran conjunto a los mayores de 60 años.  Tanto desde el punto de vista de la salud, como del acceso al trabajo y de la calidad de vida, estamos, por lo menos, ante dos grupos diferentes. Ello, porque, de alguna forma, los deterioros que caracterizaban a la vejez se han postergado expandiéndose, en cambio, la etapa intermedia de la vida en la cual las limitaciones son mucho menores que en la ancianidad.

Ha surgido así el concepto de cuarta edad para señalar la etapa en que efectivamente se produce la decadencia física y mental y aparecen las dolencias y limitaciones propias de la última parte de la vida. Tendríamos así una tercera edad que se extiende entre los 60 y 79 años y una cuarta edad desde los 80 en adelante.

Las diferencias fundamentales entre ambos períodos se establecen en torno a tres ámbitos: salud, trabajo e interacción social. El más importante probablemente es el ámbito de la salud. La cuarta edad se caracteriza por la aparición de pluripatologías, es decir, la coexistencia de diversas enfermedades con síntomas que abarcan áreas diversas: hipertensión, diabetes, hiperplacia prostática, enfermedades pulmonares etc. Frecuentemente, estas se convierten en enfermedades crónicas con las cuales es preciso lidiar de manera permanente. Y ligado a ello, hay una alta frecuencia de síntomas de deterioro mental que van desde manifestaciones leves (olvidos, reiteraciones, etc) a demencia senil o Alzheimer.

En la tercera edad son, cada vez más, las personas que continúan trabajando y ejerciendo actividades lucrativas. A vía de ejemplo, entre los 60 y 70 años la mitad de los hombres y más de un tercio de las mujeres sigue en el mundo del trabajo. En cambio, pasados los 80 esa proporción disminuye a en torno a un 5% lo que implica no solo el alejamiento de lo que se fue en el pasado sino también una disminución muy significativa de los ingresos.

Y un tercer aspecto, no menor, se relaciona con la interacción social y las redes en las cuales la persona participa. El alejamiento del mundo del trabajo, la inactividad y la disminución de la movilidad hace que las personas se aíslen, que sus contactos presenciales con otros sean menos frecuentes y que la soledad entre en sus vidas. En ciertos casos, la participación en redes virtuales contribuye a paliar esa soledad, pero ello no es generalizado dada las dificultades de las personas de cuarta edad para manejarse en internet.

En Chile son 470.000 personas las que tienen más de 80 años, la mayoría vive en sectores rurales, , dos tercios son mujeres y más del 50% de ellos tiene impedimento y limitaciones.

Desde el punto de vista de las políticas públicas es fundamental establecer la distinción entre tercera y cuarta edad por cuanto los énfasis son diversos y una generalización puede conducir a graves errores y a equivocaciones en la focalización de las medidas que se adopten. En este aspecto, en Chile ha habido un avance importante a partir de la modificación de la ley N° 19.828 en enero de 2019, a través de la cual se reconoció el concepto de cuarta edad y la necesidad de políticas públicas focalizadas hacia este grupo.

Sin embargo, ese avance no se ha manifestado, necesariamente, en la práctica. Las estadísticas, por ejemplo, cuando se refieren a adultos mayores continúan estableciendo porcentajes y categorías globales para el grupo de 60 años y más. En algunos casos, se identifican diferencias por quinquenios pero no necesariamente para los conjuntos de tercera y cuarta edad. Esto tiene como consecuencia que la focalización de las políticas sea imprecisa y no encuentran con facilidad su público objetivo.

Importa, en consecuencia, corregir la presentación de las estadísticas y estimular la realización de estudios más precisos sobre tercera y cuarta edad estableciendo las diferencias y buscando aproximaciones más específicas que permitan orientar de mejor forma las decisiones. Y esto no es un imperativo técnico sino una necesidad vital para mejorar los apoyos que las personas mayores más necesitadas pueden recibir.

 

 

 

 

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